Blog de diversos temas actuales, históricos y futuros

martes, 30 de mayo de 2017

ECHANDO MÁS PAN A LOS PATOS. Arturo Perez-Reverte


Arturo Pérez-Reverte
A veces algún amigo me pregunta por qué me mantengo activo en Twitter, con el tiempo, dicen, que eso quita de leer. Y mi respuesta siempre es la misma: como experimento, las redes sociales son fascinantes, siempre y cuando vayas a ellas con cuidado y con la debida formación. Tienen la pega de que no jerarquizan el caudal, y allí hace el mismo ruido una opinión de un filósofo, un científico o un historiador que el eructo de un indocumentado imberbe al que jalean populistas y analfabetos; pero para eso, como digo, está el currículum de cada cual. Para diferenciar el oro de la basura. El problema es que los sistemas educativos actuales, con su obsesión por aplastar la inteligencia crítica y fabricar borregos en masa, van a limitar mucho ese sano ejercicio en el futuro. Pero bueno. Ni yo voy a estar aquí para verlo –o al menos no demasiado tiempo– ni ése es el motivo de que hoy teclee estas líneas.
Twitter, en particular –Facebook es algo más sofisticado, con filtros más serios–, tiene para un sujeto como el arriba firmante una utilidad práctica. Me mantiene en contacto con la irrealidad del mundo real. Para ser más claro, con usos, costumbres y formas de ver la vida que, de permanecer aislado en mi biblioteca, el mar y la escritura de novelas, me serían cada vez más ajenos. Y lo de irrealidad del mundo real no es una errata. Lo más fascinante de las redes sociales no es su reflejo de la realidad, sino la faceta dislocada, absurda a menudo, que de ella muestran. Hay allí opiniones, puntos de vista, material absolutamente documentado y respetable, por supuesto. Pero lo más instructivo ocurre cuando lo que revelan es lo contrario. Cuando las redes se convierten en retrato disparatado, caricatura grotesca del ser humano construyendo o pretendiendo hacerlo, con la osadía de su ignorancia, la arrogancia de su vanidad o lo turbio de su infamia, un mundo virtual que nada tiene que ver con el real. Un conjunto de usos y códigos artificiales que, además, pretende imponerse, inquisitorial, sobre el sentido común y la inteligencia.
No entraré en ejemplos, pues los tenemos a la vista. Basta asomarse a Internet y ver cómo allí se deforman y manipulan, sin el menor pudor ni consideración, toda clase de ideas y conceptos, incluso los más nobles. Y así, asuntos serios y urgentes como los derechos de los animales, la convivencia social, el feminismo, el respeto a la mujer, la lucha contra el racismo, la política, se ven constantemente envilecidos por aquellos que, paradójicamente, a veces con más voluntad y fanatismo que preparación real o dotes intelectuales, los desacreditan al proclamarse, sin otro título que la propia voluntad o capricho, sus defensores a ultranza.
La razón es simple y triste: las nuevas tecnologías, que deberían hacernos más preparados y más libres, también contribuyen a hacernos más estúpidos. No es ajeno a eso el hecho de que las redes sociales estén en manos de multinacionales que buscan clicados rápidos y tráfico intenso a toda costa. Hasta no hace mucho, alcanzar voz pública requería pasar una serie de filtros naturales basados en formación, educación y, por supuesto, talento personal o capacidad expresiva. O valías, o tenías algo que decir y sabías decirlo, o nadie te prestaba atención. La voz que llegaba a hacerse oír estaba, a menudo, respaldada por la autoridad que esos filtros naturales le conferían. Ahora, ese importante territorio se ha democratizado y cualquiera puede acceder a él. Afortunadamente, hay más voces para elegir. Más lugares para opinar. Pero eso, que tiene innumerables ventajas cuando esas voces tienen un peso específico valioso, se vuelve desventaja cuando el opinador es una mula de varas, un demagogo perverso o un imbécil que grita fuerte.
Es muy interesante asomarse a las redes, como digo. Arrojar piedras al estanque y ver cómo se expanden las ondas. Observar, incluso, los efectos que estos mismos artículos, que escribo hace 25 años, tienen ahora cuando rebotan, se reinterpretan y manosean. O provocar reacciones. Echar pan a los patos, como dije alguna vez, y observar cómo actúan. Ser uno mismo pato de infantería, nadando entre todos, mientras observo a quienes mantienen serenos la cordura y flotan inteligentes entre el cuac-cuac, y a los que, enloquecidos, se abalanzan sobre las migas proclamando su hambre, su ignorancia, su mediocridad y en ocasiones su puerca vileza. De esa forma, a mi edad y con mi biografía, sigo aprendiendo cosas sobre el mundo en el que vivo o me expongo a vivir, y miro todavía al ser humano aprendiendo de él cada día. Con la lucidez suficiente para no amarlo y con el afecto necesario para no despreciarlo. Y también con eso escribo novelas.
__________
"El problema es que los sistemas educativos actuales, con su obsesión por aplastar la inteligencia crítica y fabricar borregos en masa, van a limitar mucho ese sano ejercicio en el futuro" PR
.........................................
Más fácil para llevarlos al redil . MG
.........................................................
 "El imbécil sobrevive. El genio se extingue".  Pino Aprile (Elogio del Imbécil)

domingo, 28 de mayo de 2017

ESPAÑA DE LAS TRES CULTURAS (VERDADERO/FALSO )



En diciembre de 1998 un presidente norteamericano visitó por primera vez tierra gobernada por los palestinos. Durante el acto compartido con Yaser Arafat en Gaza, Bill Clinton puso como modelo para la convivencia en Oriente Medio a la España medieval por haber sido aquélla una era de tolerancia y convivencia que debería ser imitada en nuestros días para resolver definitivamente el sangriento conflicto árabe-israelí.
La visión del presidente Clinton respondía no sólo a los tópicos románticos sobre España tan extendidos entre los compatriotas de Washington Irving, sino también, y sobre todo, al pensamiento dominante en el multicultural Occidente de nuestros días. Además, todo ello suele ir acompañado de la pintura de los cristianos con los oscuros colores de la intransigencia y la barbarie y de los musulmanes con los luminosos de la tolerancia y la cultura.
Esta interpretación del pasado medieval español está muy arraigada tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. El último ejemplo de ello nos lo está ofreciendo precisamente en estos días Elizabeth Drayson, profesora de la universidad de Cambridge que acaba de publicar el libro The Moor’s Last Stand: How Seven Centuries of Muslim Rule in Spain came to an end, centrado en la conquista de Granada y la figura de Boabdil, el último rey nazarí:
Hoy, Boabdil representa una última resistencia contra la intolerancia religiosa, el poder fanático y la ignorancia cultural; su entrega de la ciudad y reino de Granada simbolizó la pérdida de la fecunda creatividad intercultural, renovación y convivencia nacidas de la conquista musulmana de España.
¿Concuerda esta visión con los hechos? El primer dato que salta a la vista es que la palabra que mejor resume los ocho siglos de presencia musulmana en suelo español es reconquista. Pues, desde Guadalete hasta Granada, los habitantes de la piel de toro fueron incansablemente de batalla en batalla hasta que uno de los contendientes se impuso definitivamente sobre el otro. No por casualidad España, con sus varios miles de castillos, torres, ciudadelas y otras fortificaciones, es la primera potencia mundial en este tipo de construcciones. Como resumió el egregio medievalista Claudio Sánchez-Albornoz, "lo español nació no de la cópula sino de la batalla entre islamismo y cristiandad en nuestro suelo". De este simple dato se infiere que la coexistencia en un mismo territorio no significó convivencia, por mucho que las palabras se parezcan.




Evidentemente, el contacto durante siglos de estas dos comunidades religiosas, más la judía, produjo un trasvase cultural notable que ha dejado huellas indelebles en nuestra cultura, lengua e historia, pero no puede olvidarse que todo ello se produjo en el marco de un enfrentamiento bélico permanente que implicó violencia, intolerancia y compartimentación de la sociedad, y que sólo terminó con la derrota total de los musulmanes.
Al igual que las naciones balcánicas, que tuvieron que sacudirse el dominio otomano para conservar su carácter europeo, España –concepto que en este contexto incluye, naturalmente, a Portugal– es la única nación de Europa Occidental voluntariamente europea. Las demás no pudieron no serlo. Pero España, como territorio de herencia racial europea, cultural romana, religiosa cristiana y política goda, pudo haber desaparecido para siempre en el año 711. Si así hubiera sido, hoy no se llamaría España sino Al Ándalus, y formaría parte de la comunidad islámica de naciones junto con Libia, Egipto y Pakistán.
La clave del enfrentamiento fue, evidentemente, el infranqueable abismo religioso que separó a musulmanes, cristianos y judíos. Dicho abismo, que nunca se cerró en los largos siglos de reconquista y que, lamentablemente, sigue muy lejos de cerrarse en todo el mundo un milenio después, había comenzado a abrirse bastante antes del salto del Estrecho por Tarik. Pues durante el reino visigodo fueron promulgadas numerosas leyes contra los judíos, considerados el pueblo deicida, por las que se les prohibía el ejercicio de su religión, se limitaban sus derechos civiles y procesales, se les prohibían la circuncisión y sus costumbres festivas o alimentarias e incluso se ordenaba su expulsión o esclavitud.
Pero a comienzos del siglo VIII desembarcaron las tropas de Tarik, así descritas en la Crónica General de España de Alfonso X el Sabio:
Las sus caras de ellos, negras como la pez, el más hermoso de ellos era negro como la olla, así lucen sus ojos como candelas (…) La vil gente de los africanos que no se distinguen por su fuerza ni por su bondad, y todos sus hechos hacen con arte y engaño.
A partir de aquel momento, aparte del continuo batallar, el destino de los cristianos en territorio musulmán y el de los musulmanes en territorio cristiano, así como el de los judíos en cualquier sitio, fue el de súbditos de segunda, víctimas de todo tipo de discriminaciones legales y expuestos a los incontrolables desmanes populares.
Las leyes musulmanas prohibían a sus fieles vivir en comunidad con cristianos y judíos, considerados "gentes viles", o sacrificar reses para ellos, o comprar sus ropas, o vestir como ellos, o servirlos para darles masajes o sujetarles el estribo. Los musulmanes disfrutaban de derechos y estaban exentos de obligaciones que les distinguían de cristianos y judíos, carentes de los primeros y sujetos a las segundas. Estos derechos y estas exenciones fueron, además, el principal motivo de conversión para muchos que desearon mejorar sus condiciones de vida.
Un ejemplo del siglo XII, el Tratado del juez Ibn Abdun:
Debe prohibirse a las mujeres musulmanas que entren en las abominables iglesias, porque los clérigos son libertinos, fornicadores y sodomitas (…) No deben venderse ropas de leproso, de judío, de cristiano, ni tampoco de libertino, a menos que se haga conocer al comprador el origen (…) No deberá consentirse que ningún judío ni cristiano lleve atuendo de persona honorable, ni de alfaquí, ni de hombre de bien; al revés, habrán de ser aborrecidos y huidos (…) Tampoco se les saludará con la fórmula "La paz sea sobre ti", porque constituyen el partido de Satán (…) Deberán llevar un signo por el que sean conocidos, para humillarlos (…) Lo mejor sería no permitir a ningún médico judío ni cristiano que se dedicase a curar a los musulmanes, ya que no abrigan buenos sentimientos hacia ningún musulmán, y que curen exclusivamente a los de su propia confesión, porque a quien no tiene simpatía por los musulmanes, ¿cómo se les ha de confiar sus vidas?
Junto a la discriminación religiosa no hay que olvidar el prejuicio racial, pues los musulmanes de estirpe árabe no dejaron nunca de subrayar su superioridad no sólo sobre los mozárabes, de estirpe hispano-romano-goda, sino también sobre los bereberes, musulmanes como ellos pero tenidos por casta inferior. Así lo explicó el eminente arabista francés Lévi-Provençal:
Hasta los últimos días del reino de Granada, la proclamación de la ascendencia puramente árabe continuó siendo en la Península la única prueba reconocida de la verdadera nobleza de sangre.
En el lado cristiano las cosas no fueron muy distintas, incluso durante el reinado que suele presentarse como la cima de la llamada España de las Tres Culturas, el de Alfonso X. Pues en sus SietePartidas, entre otros muchos preceptos, se estableció para judíos y moros la incapacidad para atestiguar en juicio contra cristianos, así como la de tener siervos o empleados cristianos, bajo pena de muerte. El proselitismo de la fe judaica estaba castigado con la muerte, igual pena que la que recibía el cristiano que se convirtiese al judaísmo, mientras que la situación opuesta, la del judío convertido al cristianismo, estaba permitida. También se establecieron una serie de reglas sobre la vida cotidiana, como la prohibición para los cristianos de comer o beber con los judíos, de beber vino hecho por judíos, de bañarse en compañía de judíos o de recibir medicina o purga hecha por judíos. Éstos, además, tenían que ir en todo momento identificados como tales mediante alguna señal cierta sobre sus cabezas, bajo pena de multa o azotes. La situación religiosa de los musulmanes fue aún más grave, pues quedaron prohibidas las mezquitas y el culto musulmán en público. Al hecho de que un cristiano adoptase la fe musulmana se le consideraba locura y era castigado con la muerte:
Ensandecen a veces los hombres, que los hay que pierden el seso y el verdadero conocimiento; como hombres de mala ventura y, desesperados de todo bien, reniegan de la fe de nuestro señor Jesucristo y tórnanse moros.
En cuanto a las relaciones entre los sexos, se estableció la pena de muerte por apedreamiento para el moro que yaciera con cristiana. Y para ella también. En cuanto a la pena para el judío que yaciera con cristiana, se establecía también la muerte, mientras que para la cristiana que yaciera con judío la pena era "que se dé a todos".
Por otro lado, no hay que olvidar que la España medieval se caracterizó por las continuas matanzas de judíos tanto en el lado cristiano como en el musulmán, sobre todo, en este último caso, tras las invasiones almorávide y almohade. La más importante en suelo cristiano fue la de 1391, año en el que fueron asesinados miles de judíos por toda España. Y el aumento de la hostilidad antijudaica acabaría desembocando en la expulsión de 1492.
Si bien, a diferencia de las otras dos comunidades, los judíos no figuraron en ningún momento ni lugar como casta dominante, también marcaron distancias con los enemigos de su fe. Todos los pensadores, poetas y escritores judíos de aquellos siglos –Yehuda Halevi, Josef Hacohen, Ibn Gabirol, Maimónides– se consideraron desterrados en España y sólo concibieron como su patria la tierra de Israel. Hacohen, descendiente de judíos huidos en 1391, calificó a España como "aquella tierra que Yahvé maldiga". Yehuda Halevi, considerado el mayor poeta de la diáspora, estuvo obsesionado toda su vida por la idea de la vuelta a la patria perdida, sintiéndose ajeno a la España que le vio nacer.
Mi corazón está en Oriente y yo en el extremo de Occidente. ¿Cómo voy a saborear lo que como? ¿Cómo disfrutarlo? (…) ¡Poca cosa es a mis ojos abandonar todos los bienes de España mientras que para ellos es precioso ver el polvo del santuario en ruinas!
En cuanto a Maimónides, consideró a cristianos y musulmanes, lógicamente, como sus enemigos, y también como animales carentes de alma a los que se podía violar y matar sin cometer pecado por tratarse de "naciones muertas" frente a la naturaleza angelical del pueblo elegido.
Tras la reconquista llegó la repoblación, proceso multisecular que llevó a los cristianos desde el Cantábrico hasta Gibraltar expulsando en su camino a sus enemigos. Un solo ejemplo: la arriba mencionada Crónica General de Alfonso X, escrita en aquellos mismos días por los protagonistas de los hechos, nos dio cuenta del vaciamiento de Córdoba y Sevilla tras su conquista por Fernando III. Como excepción, en el reino de Valencia permaneció una numerosa población rural musulmana sobre todo en las comarcas montañosas del interior, población que no desaparecería hasta su expulsión definitiva por Felipe III.
El simple hecho de que las poblaciones judías y moriscas continuasen existiendo como comunidades separadas –y discriminadas– hasta su definitiva expulsión prueba que la fusión que hoy se desea con efectos retroactivos nunca existió, al menos a gran escala.
Evidentemente, el tema es inabarcable en unas pocas páginas, pero sirvan estos breves párrafos como introducción para seguir tirando del hilo.
www.jesuslainz.es
-------------------------------------------------------------------------------------------
La progresía indocumentada, ignora conscientemente, lo que dice Alfonso X en sus libros como el de Las Siete Partidas. Cuando el Islam invasor entraba en decadencia, les advierte a los moros y a los judíos que se han de atener a las normas jurídicas del reino castellano-leonés: “Que los judíos et moros de nuestro señorío, que ninguno dellos non sea osado en denostar á nuestro Señor Jesucristo en ninguna manera que seer pueda, nin a Santa María su madre nin a ninguno de los otros Santos (…)”.

mis fuentes:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2017-05-25/jesus-lainz-el-mito-de-la-espana-de-las-tres-culturas-82285/
y
http://hispanismo.org/historiografia-y-bibliografia/6648-el-falso-mito-de-la-espana-de-las-tres-culturas.html



“Cada vez sospecho más que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones”. Julio Cortázar.